Alfredo Portillo
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Especial para La Página
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Una sociedad perfecta sería
aquella en la que las personas que la conforman disfrutan de una buena
calidad de vida, como resultado de la existencia de elevados índices en materia
de salud, educación, empleo, seguridad, vivienda, recreación, etc. Es decir,
una sociedad que, en sentido general, no
tiene problemas, ya que éstos han sido solucionados gracias a la buena gestión
de sus gobernantes.
En este tipo de sociedad perfecta no hemos tenido la
oportunidad de vivir, ya que la nuestra (la venezolana), en particular, es una
sociedad caracterizada por una serie de problemas que conspiran contra la
posibilidad de que la mayoría (o la totalidad) de sus habitantes pueda alcanzar
un buen nivel de calidad de vida. En general se le achaca la culpa de esta
situación a los gobernantes que hemos tenido, cuyos rasgos más destacados,
según la opinión generalizada, han sido su ineficiencia, su deshonestidad y su
demagogia.
Lo contradictorio de este asunto es que, cada cierto tiempo,
en las ocasiones en que se han realizado procesos electorales para elegir a
nuestros gobernantes, durante algunos meses sí hemos tenido la oportunidad de
imaginar a la sociedad perfecta, visualizada a través de los discursos utilizados
por los diferentes aspirantes a ser presidente de la nación, gobernadores,
alcaldes, etc. Estos aspirantes, cada vez que han intervenido ante sus
potenciales votantes para referirse a los diferentes problemas que aquejan a la
sociedad, con el mayor desparpajo
posible han prometido solucionarlos y dar paso a la construcción de la sociedad
perfecta. Para ello se han valido de un discurso persuasivo, adaptado a las
circunstancias del momento, sin importar las reales posibilidades que tenían
de, efectivamente, solucionar los problemas. El resultado de todo ello ha sido
lo que tenemos: una sociedad con muchos problemas, uno de ellos, por cierto, es
su elevada capacidad para ilusionarse.