El ambiente en París, ciudad en la que palpita el corazón de
Francia, se está haciendo más rebelde. Desde que el 19 de febrero se colgara en
la red la llamada contra la ley laboral que fue inmediatamente firmada por más
de un millón de personas, se han sucedido nueve jornadas de protesta y huelga
sindical, y multitud de manifestaciones. En ese caldo nació la ocupación de las
plazas, el 31 de marzo, y se alzaron los estudiantes. Desde entonces cada día
ocurre algo, algún desafío, alguna protesta. Qué lejos queda el ambiente del
pasado otoño, cuando era el Frente Nacional quien determinaba los temas del
debate público y las políticas xenófobas, identitarias y de seguridad ante el
terrorismo. Hoy es lo social lo que prima. Y como telón de fondo, cada vez más presente,
el descrédito de la Unión Europea.
El epicentro del problema no es el Brexit. Una eventual salida del Reino Unido de la UE es económicamente
irrelevante (hay mucha exageración ahí), pero políticamente debilitaría la
influencia de Estados Unidos, del que el Reino Unido ha sido el más solicito
servidor, en el continente. Solo por eso harán cualquier cosa por evitarla,
pero el verdadero problema está en Francia. Fue Francia, no Inglaterra, la
fundadora de lo que se está desmoronando desde 2007. Y es aquí donde se
decidirá la verdadera partida.