Especial
para La Página
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Los países, al igual que las personas, poseen una imagen que trasciende lo físico y lo inmediato. Se trata de un prestigio asociado que se deriva de sus actuaciones. Esta suerte de “capital simbólico”, por llamarlo así, es algo que debe cuidarse y, en lo posible, acrecentarse. Así como en las personas la imagen no es una cuestión de mero maquillaje o vestimenta, en los países no se trata solo de alambicadas formas protocolares sino de la calidad y la trasparencia de sus instituciones, del nivel de dignidad de su pueblo. Esta imagen se construye y se cuida a lo largo de los años.
En el caso de Chile, como es bien sabido,
hemos sufrido reveses bochornosos inscritos ya entre los pasajes más
vergonzantes de nuestra historia. Así, por ejemplo, la detención de Pinochet en
Londres que puso a toda la institucionalidad pos dictatorial que nos rige hasta
hoy en su justo lugar. Entre las muchas miserias actuales debemos consignar el
hecho de que el Director de la Comisión Nacional de Acreditación encargado de
fiscalizar la educación superior del país esté preso por corrupción, junto a un
par de Rectores de universidades.