Las últimas décadas eran las décadas de las “teorías del fin”: se acababan –supuestamente– los conflictos ideológicos y la “vieja” lucha de clases (Fukuyama). “Moría el trabajo” (Rifkin). Más que un reflejo de la realidad, fue una cortina de humo para el recrudecimiento de la guerra de clases bajo el neoliberalismo –“un proyecto esencialmente clasista”, David Harvey dixit– y los cambios en las modalidades del capital.
El antagonismo (o contradicción) capital/trabajo no
desaparecía, se intensificaba; la explotación no disminuía, aumentaba; también
la clase trabajadora como un sujeto no bajaba de la escena de la historia, sino
crecía a escala global (¡China!), pasando al mismo tiempo –eso sí– por una
profunda transformación. Pero incluso algunas teorías que parecían explicar los
nuevos fenómenos en torno al trabajo y paso al pos-fordismo –flexibilización,
desregulación, deslocalización, outsourcing, etc.– resultaban igualmente
problemáticas que las que tomaban al trabajo por “muerto”.