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Antonio Machado ✆ Leandro Oroz
Lápiz y tiza sobre papel, 1925
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Sofía Cárdenas Cortés
Imaginemos por un momento la clase de Juan de Mairena,
decisiva, interesante, los niños sentados en diferentes posturas esperando la
palabra del maestro, cada uno con su musaraña. Cierto que hemos idealizado en
el imaginario de ficción la etapa del colegio y, como pasa con todo el arte, lo
que queda detrás de la obra es la realidad, como una sombra. Sin embargo, el
profesor que define Antonio Machado y su curso de alumnos, sus diálogos, sus
enfrentamientos, sus bromas y sus aclaraciones, no tiene el matiz de un ideal
inalcanzable sino que revela el trasfondo de la misma realidad, el maestro ante
sus posibilidades reales, como persona imperfecta pero con vocación. Y al
alumno, sumiso y rebelde, atento y perspicaz, con un mundo exterior a la clase
todavía por aprovechar del que aún no es lo suficientemente consciente.
El desarrollo de las
historias que Machado cuenta de este entrañable apócrifo deja constancia, a
propósito, del ámbito único que forma una clase, trata la posibilidad de la
educación como un acontecimiento en el que se encuentran un hombre ya dolido
por ver terminarse cada segundo y no poder apresarlo contra su pecho y
criaturas que conservan la ingenuidad de tratar el tema de la muerte como algo
cotidiano.