“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

28/8/17

Imperiofobia y Leyenda Negra. Medias mentiras y medias verdades

Esteban Mira Caballos

La edición de esta obra de María Elvira Roca Barea (Madrid, Siruela, 2016) ha tenido un gran éxito editorial y un considerable impacto mediático. Y ello por las hipótesis novedosas que plantea con un amplio aparato bibliográfico y con un tono a veces poco cordial y hasta despectivo con una parte de la historiografía. Me ha resultado imposible comentar todos los aspectos del libro por lo que apenas aludiré a las leyendas negras romana, rusa o estadounidense, centrándome en la española. Una decisión que no es aleatoria ya que, aunque la autora se detenga ampliamente en otros imperios y en otras imperiofobias, el objetivo del libro está bien claro desde la primera página: desenmascarar la leyenda negra y limpiar el buen nombre de España y de los españoles. Quiero empezar reconociendo que sus ideas fundamentales están bien documentadas y magníficamente argumentadas. Básicamente defiende tres aspectos:

Uno, que la leyenda negra es por antonomasia española pues, de hecho, para referirse a otras hay que ponerle el adjetivo de rusa, francesa o estadounidense. Los que mandan siempre han gozado de mala prensa, especialmente los imperios. Eso sí, a su juicio hay imperios coloniales como el belga, cuya mala prensa, el holocausto generado en el Congo, no es leyenda sino historia, pero no es el caso del español. Empieza explicando la Imperiofobia aplicada a Roma, para después establecer comparaciones con otras leyendas negras aplicadas al imperio español, a Rusia y a los Estados Unidos. 

'Emoji' o la anulación del pensamiento

Risultati immagini per emojiPatricia Terino

El lenguaje es la casa del Ser“, decía Heidegger en su última etapa filosófica, después de haber explorado otras vías en la búsqueda permanente de aquello que nos constituye, y que él, como tantos otros anteriormente, denominaron el Ser. Pero el lenguaje al que ha quedado supeditada la sociedad actual, lejos de desvelar la esencia intrínseca a todo lo existente, la corrompe, eliminando cualquier atisbo de profundidad en él y revistiéndolo de la más absoluta superficialidad, permaneciendo así acorde a nuestro tiempo y a casi todo lo que a este caracteriza. No en vano, el argumento de Emoji: la película, resulta ser una apología sin paliativos de la eliminación del lenguaje escrito e incluso hablado, en favor de sus sustitutos digitales como expresiones de todo tipo de emociones, sentimientos o ideas, vacías de contenido y desprovistas de los caracteres propios con los que ha contado la comunicación humana desde sus orígenes.

23/8/17

Campo y ciudad en el pensamiento de Bolívar Echeverría y Rodolfo Kusch

Fotografía: Paulo Slachevsky
Rodrigo Muñoz

Durante el Renacimiento europeo se habría comenzado a desplegar un proceso de progresiva racionalización de la naturaleza, proceso que como consecuencia habría de reflejarse en una reconstrucción radical de las perspectivas del tiempo y del espacio en el mundo Occidental. La conquista y el ordenamiento racional del espacio se convirtieron en una parte integrante del proyecto de modernización, en donde dicha organización ya no se llevaba a cabo para reflejar la ‘gloria de Dios’, sino para celebrar y facilitar la liberación del hombre como individuo libre, dotado de conciencia y voluntad. Los viajes de descubrimiento cambiaron la forma de representar el mundo, mostrando que este era finito y potencialmente cognoscible. De esta forma, por ejemplo los mapas, ya despojados de todos los elementos de fantasía y de la creencia religiosa, se convirtieron en sistemas abstractos y estrictamente funcionales para el ordenamiento fáctico de los fenómenos del espacio[1]. Dicha visión totalizante del mapa daría lugar a la construcción de un fuerte sentido de las identidades nacionales, locales y personales por medio de las diferencias geográficas, siendo reflejo de este proceso el hecho de que durante la primera época de la economía-mundo europea se constituyera en torno a las ciudades-Estado, las cuales a su vez darán lugar a los Estados territoriales o Estados Nacionales[2].

18/8/17

A propósito de la invocación de la posición de Lenin sobre el derecho de autodeterminación

Lenin ✆ V. Annekov
José Luis Martín Ramos

Un argumento que una parte del independentismo revolucionario utiliza para defender su posición en el actual “proceso” nacional catalán y también para echar en cara la posición adoptada por Izquierda Unida o cualquier izquierda que no comparta la suya, es la defensa del derecho de autodeterminación por parte de Lenin, como si ésta fuera un derecho incondicional que no tuviera más traducción práctica admisible que el referéndum unilateral que, con una precaria base de apoyo político y social, está convocado para el 1 de octubre.

Recientemente, en un intercambio hecho público, Alberto Garzón respondió a Pau Llonch, que le echó en cara un texto de Lenin para recriminarle su rechazo a un referéndum unilateral y sin garantía, que él no estaba por las sagradas escrituras sino por el análisis concreto de la situación concreta. No es una respuesta inadecuada; invita a no caer en la patrística y menos cuando ésta se reduce al recordatorio descontextualizado de escritos supuestamente “canónicos”. Sin embargo, no hay porque no tomar en consideración el pensamiento y la acción de Lenin en su conjunto –no en la foto fija de un momento– como parte de la tradición de la izquierda, que no se ha de tomar como receta pero sí como experiencia acumulada. Lo malo del asunto es que a Lenin se le acostumbra, en esta cuestión, a recordar por una imagen fragmentada de la reflexión de un momento, entre 1913 y 1917, cuando en sus habituales polémicas políticas enfatizó de manera particular la consideración de que el derecho de autodeterminación significaba el reconocimiento de la igualdad de las naciones, en derechos, y por tanto también el de la constitución de una nación como estado independiente, separándose si era el caso de aquel al que hasta entonces había estado integrado. Y digo malo porque siendo cierta esa imagen, se desvirtúa cuando se la aísla del conjunto de la reflexión de Lenin sobre la cuestión nacional y el nacionalismo, y de toda la trayectoria de pensamiento, acción e intervención de Lenin al respecto, desde comienzos de siglo hasta su muerte. Esa doble descontextualización permite una manipulación absoluta de Lenin, voluntaria o involuntaria.

17/8/17

Los huérfanos de sombra. En torno a las figuras de Alberto Giacometti

Juan Carlos Meana

El trabajo del escultor Alberto Giacometti (1901-1966) es conocido por sus figuras filiformes en un deambular solitario por el espacio, también por la sensualidad y ligereza de sus esculturas del periodo surrealista o por la obsesión en trabajar los rostros queriendo encontrar ese ser universal que contenga toda suerte de fisionomías, desarrollado más intensamente en su último periodo. La exposición que podemos visitar en Londres sobre su trabajo nos invita a contemplar una importante cantidad de obras, más de doscientas, entre las cuales debemos inmiscuirnos escuchando y participando del susurro que nos transmiten.

Alberto Giacometti nace en Bregaglia, en el cantón italiano de Suiza. Era el hijo mayor de Giovanni Giacometti, un pintor postimpresionista, y Annetta Giacometti-Stampa. Creció en el medio rural pero familiarizado con la creación artística a través de las pinturas del padre, libros y periódicos de arte. Este será el ambiente en el que comienza sus primeros contactos con la práctica del dibujo. Se traslada a París en 1922 donde tiene su primer acercamiento a los artistas cubistas y el surrealismo. Aunque estará interesado en la experiencia de ambos movimientos, su actividad artística se centrará en observar directamente el modelo, con el que trabajará, de manera intensa, a partir de su regreso a París desde Ginebra, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

14/8/17

Volver atrás para defender a Venezuela

Mauro Berengan

En los últimos meses hemos asistido en Argentina y en todo el continente a una especie de venezolanización de la realidad. Los grandes medios nos “informan” cotidianamente de cada accionar triunfante de la oposición y cada tropiezo aciago del chavismo, en ese orden y sin excepción. Los gobiernos se reúnen programadamente de urgencia a hablar de Venezuela, mientras a sus pies se incendian los palacios –como en el Paraguay. Las redes sociales rebalsan en comentarios y posiciones de piedra con cada venezolanólogo. Y en la izquierda argentina el debate divide aguas de militancias cotidianas, mientras la intelectualidad discurre en ríos de tinta sin descanso. Esto demuestra no tanto la intención de ocultamiento de realidades locales por parte de los grandes medios, que claro sucede, si no la centralidad de la batalla económica, cultural y geopolítica que se juega en Venezuela. Valga entonces mirar atrás en un intento más por discutir las visiones hegemónicas de los grandes medios, pero también aquellas de la “intelectualidad crítica de izquierda” que, con leves matices nombrados apresuradamenteal iniciar cada nota, coinciden tantas veces con las primeras.

10/8/17

La jornada laboral, el reparto de las horas y la relación de fuerzas

Una campaña que roza un sustrato profundo. La técnica y el trabajo. “Mercado laboral”, capitalismo y neoliberalismo. Lo posible y lo imposible en polémica con Rolando Astarita

Paula Bach

La campaña por la reducción de la jornada laboral, trabajando seis horas, cinco días a la semana y repartiendo las horas existentes entre todas las manos disponibles, con un salario mínimo equivalente al costo de la canasta familiar, caló hondo. La muy buena recepción en amplios sectores de trabajadores y jóvenes, el repudio de la ortodoxia con el ataque público del economista neoliberal Javier Milei a Nicolás Del Caño, así como la insistencia periodística sobre la imposibilidad de realizar tales medidas, resultan sintomáticos. Ponen de relieve que el asunto roza un sustrato profundo, incómodo y controversial. El tiempo de trabajo pero también su contracara, el tiempo libre, en tanto problema social, político y económico, adquiere protagonismo debido a la convergencia de varios factores que se cuecen en la arena internacional. Veamos.

7/8/17

Las mismas disyuntivas que en 1917

Claudio Katz

La revolución rusa fue el principal acontecimiento del siglo XX. Generó enormes transformaciones sociales y suscitó una inédita expectativa de emancipación entre millones de oprimidos. Ese impacto se verificó en el pánico que invadió a las clases dominantes. Algunos temieron la pérdida de sus privilegios, otros creyeron que se extinguía su control de la sociedad y muchos se prepararon para el ocaso final de la supremacía burguesa.

Ese miedo explica las enormes concesiones de posguerra. El estado de bienestar, la gratuidad de ciertos servicios básicos, el objetivo del pleno empleo y el aumento del consumo popular eran mejoras impensables antes del bolchevismo. Los capitalistas aceptaron esas conquistas por temor al comunismo.

De ese pavor surgió el concepto de justicia social, como un conjunto de derechos de los desamparados y el registro de la desigualdad como una adversidad. La revolución impuso la mayor incorporación de derechos colectivos de la historia.

Los capitalistas copiaron normas establecidas por el régimen soviético para disuadir la imitación de ese modelo. Aceptaron la universalización de las pensiones y la seguridad laboral.

El propio esquema keynesiano de consumo masivo irrumpió por temor al socialismo. La dinámica espontánea de la acumulación privilegiaba las ganancias y no contemplaba mejoras estables de los ingresos populares.

La revolución rusa, el derecho de los pueblos a la autodeterminación y el repudio de la deuda

Eric Toussaint
Los tratados con las repúblicas bálticas, Polonia, Persia, Turquía…
El tratado de Versalles finalmente fue firmado el 28 de junio de 1919 sin que la Rusia soviética formara parte. No obstante, el Tratado de Versalles anulaba el Tratado de Brest-Litovsk. En virtud del artículo 116 del Tratado de Versalles, Rusia podía demandar reparaciones de guerra a Alemania. Lo que no hizo, puesto que quería ser coherente con su posición a favor de una paz sin anexiones y sin demandas de indemnizaciones. En cierta forma, lo que le importaba es que el Tratado de Brest-Litovsk fuera abolido y que los territorios anexados por Alemania en marzo de 1918 fueran devueltos a los pueblos que habían sido expoliados (pueblos bálticos, polaco, ucraniano, ruso…), de acuerdo con el principio de autodeterminación defendido por el nuevo Gobierno soviético.

Ese derecho estaba invocado en los primeros artículos de cada uno de los tratados de paz firmados entre la Rusia soviética y los nuevos Estados bálticos en 1920: Estonia el 2 de febrero, Lituania el 12 de julio y Letonia el 11 de agosto. Esos tratados de paz son similares y la independencia de esos Estados —integrados por la fuerza en el Imperio zarista— era sistemáticamente afirmada en el primero o en el segundo artículo. Por medio de esos tratados, Rusia reafirmaba su oposición a la dominación del capital financiero y su decisión de repudiar la deuda zarista. Efectivamente, el tratado firmado el 2 de febrero con Estonia enunciaba: «Estonia no tendrá ninguna parte de responsabilidad en las deudas y en cualquier otra obligación de Rusia (…). Todas las reclamaciones de los acreedores de Rusia con respecto a deudas que conciernan a Estonia deben ser dirigidas únicamente contra Rusia.» Hubo disposiciones similares con respecto de Lituania y de Letonia en los tratados firmados con esos Estados. Además de reafirmar que los pueblos no deberían tener que pagar las deudas ilegítimas contraídas en su nombre pero no en su interés, la Rusia soviética reconocía también el papel de opresor que había tenido la Rusia zarista en relación a las naciones minoritarias que formaban el Imperio.

1/8/17

La crisis de Catar y la economía política del Golfo Pérsico

Adam Hanieh 
 
La decisión tomada el 5 de junio por Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto de suspender las relaciones diplomáticas con Catar ha enviado ondas de choque a través de todo Oriente Medio. El bloqueo provocado ha interrumpido una gran parte del comercio marítimo y terrestre con Catar, lo cual hace temer que este pequeño estado pueda afrontar penurias alimentarias próximamente. Las principales líneas aéreas, entre las cuales se encuentran Emirates, Gulf Air, flydubai y Etihad Airways, han anulado vuelos. Los ciudadanos cataríes que viven en los países que participan en el bloqueo no han tenido más que dos semanas para volver a sus casas. Incluso los inmigrantes con permiso de residencia catarí han sido alcanzados por la ola de expulsiones. Los EAU han prohibido toda expresión de simpatía hacia Catar (también en Twitter), y los transgresores han sido amenazados con penas de prisión de hasta 15 años. Los gobiernos que se encuentran estrechamente ligados a Arabia Saudí y a los EAU han expresado rápidamente su apoyo al bloqueo, entre los cuales se hallan la Cámara libia de Representantes de Tobruk, el gobierno yemení de Abd al-Rahman Rabbuh al-Mansur al-Hadi, apoyado por los saudíes, así como las Comoras, Mauritania y las Maldivas.

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La ofensiva contra Catar llega tras varios meses durante los cuales los medios de comunicación estadounidenses y del Golfo publicaron artículos con citas de altos cargos de Estado que afirmaban que Catar estaría financiando a grupos islamistas y acercándose a Irán. Yousef al-Otaiba, embajador de los EAU en los EEUU, ha jugado un rol importante en esta campaña. Desde el inicio de las revoluciones árabes de 2011, al-Otaiba ha recorrido los pasillos del poder en Washington, alertando de que dichas revueltas populares amenazaban el orden establecido en la región y declarando que Catar apoyaba movimientos e individuos hostiles tanto a Arabia Saudí como a los EAU.

16/7/17

¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?

Nuevas tecnologías y el destino del trabajo humano. Retorno de viejas teorías y dados que están cargados. A propósito de la naturaleza de las máquinas y la naturaleza del capital. 

Paula Bach

La tesis del fin del trabajo está de regreso y con amplia repercusión mediática. Sus representantes: un sector del mainstream conocido como “tecno-optimista”. La hipótesis: que las nuevas tecnologías tales como la inteligencia artificial, el big data, Internet de las cosas, las impresoras 3D, la nanotecnología, la biotecnología o la robótica –que, dicho sea de paso, posee una gran carga simbólica–, amenazan la existencia misma del trabajo asalariado. La cuestión exige dos distinciones fundamentales. La primera es que si bien en el curso del proceso de inversión el capital se sirve de las cualidades de la tecnología para forjar una masa creciente de desocupados estructurales, una cosa muy distinta es sostener que efectivamente pueda existir o subsistir en el mediano o largo plazo desvinculándose progresivamente del trabajo asalariado.

La segunda exige diferenciar entre las cualidades físicas, materiales, útiles de los productos tecnológicos y las características propias del proceso de valorización del capital. ¿Son las cualidades físicas –el valor de uso– de aquellos adelantos lo que dará la pauta del destino del trabajo asalariado? Sostendremos que el nudo del asunto remite una vez más al movimiento contradictorio entre valor de uso y valor de cambio. Dualidad que no por azar permitió a Marx descubrir la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo y con ella, la especificidad del modo capitalista de producción.
Por supuesto ningún razonamiento teórico puramente abstracto puede quitarles a los “tecno-optimistas” el derecho a la verdad. Sin embargo, la abundante contribución empírica de la historia reciente parece revelar que en la nueva tesis del fin del trabajo –una vez más– los dados están cargados.

10/7/17

Crónica de la llegada de Lenin a Rusia

Lenin en Petrogrado ✆ F. Liubimova
Gregory Zinoviev

El autor de estas líneas escuchó la noticia del estallido de la revolución de febrero en Berna. En ese momento, Vladimir Ilich vivía en Zurich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: ‘Revolución en Rusia’. La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zurich “inmediatamente”.

¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.

¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe. Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad.