|
Friedrich Nietzsche @ Rafael Gonzalo |
El 21 de septiembre de 1888, tras algunas idas y vueltas y
por recomendación de su amigo Peter Gast, Friedrich Nietzsche se establece en
Turín. Las inmejorables condiciones de la ciudad -ubicada en el Piamonte
italiano, en medio del terreno montañoso, y bañada por las azuladas aguas del
Po- ponen al filósofo de un humor espléndido, al punto de que parece olvidarse
de los terribles dolores de cabeza que lo vienen aquejando desde su niñez. No
cuenta con demasiado dinero, así que alquila un humilde cuarto en la vía Carlo
Alberto, 6, III, con vista al magnífico Palazzo Carignano y las colinas
circundantes. El 30 de octubre de ese año, en una carta a Gast declara que “en
todos los aspectos encuentro esto digno de vivirse”. La pobreza y la soledad no
le importan; hace años que se ha acostumbrado a ellas. Lleva una vida frugal,
goza de (relativamente) buena salud y da largos paseos a orillas del Po,
aspirando el leve aire de las alturas. Le fascina el estilo “limpio y grave” de
la ciudad. Casi podría decirse que es feliz.
Sin embargo, las cosas distan de estar calmas en su
interior. Por primera vez en largo tiempo, Nietzsche posee la salud suficiente
como para dedicarse con todas sus energías a su obra. Tal vez presintiendo el
silencioso avance de la locura, trabaja frenéticamente y sin descansar. Revisa
una y otra vez sus viejos cuadernos de apuntes, poniendo orden a un
incalculable número de anotaciones y aforismos, realiza correcciones y verifica
pruebas de imprenta de sus libros anteriores, prepara proyectos para futuras
obras, y no cesa un instante de escribir. Sobre todo eso, escribir. A la furia
productiva de este período, se le deben escritos de la talla de El Anticristo, El
caso Wagner, El crepúsculo de los ídolos, Ecce homo, Nietzsche contra Wagner y Ditirambos
dionisíacos.