“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas

27/9/12

Las dos campanas de Ernest Hemingway

Ernest Hemingway 
  Fernando Vicente
Diego M. Vidal

La CIA iluminó las sombras en la vida del autor de “Adiós a las armas”, a través del trabajo de un historiador orgánico de la agencia. Nicholas Reynolds publicó "Ernest Hemingway, espía en tiempos de guerra", basado en documentos desclasificados por Langley, donde el barbado escritor queda expuesto como doble agente durante los albores de la Guerra Fría.

Esta revelación extrañamente no tuvo la repercusión esperada, aún cuando vio la luz en vísperas de cumplirse 60 años del clásico "El viejo y el mar" (publicada en la revista estadounidense "Life" el 1° de septiembre de 1952) y sólo mereció un excelente artículo del periodista chileno Carlos Basso en el sitio Diario W5 de Chile. Sin embargo, el vínculo de Hemingway con el mayor servicio de espionaje occidental ya había sido sugerido por la investigadora británica Frances Stonor Saunder, quien publicó en 1999 su libro "Who paid the piper? The CIA and the cultural cold war" (¿Quién pagó la música? La CIA y la guerra fría cultural). En él desarrolló los lazos de la inteligencia de Estados Unidos con un impresionante número de artistas, músicos e intelectuales de todo el mundo, en pos de anular la influencia y avance nazi, primero, y soviético después. Pero la novedad de lo que salió a la superficie sobre el pasado de “Papa” Hemingway fue su binaria lealtad al Kremlin y la Casa Blanca. 

25/9/12

Amargo centenario para Albert Camus

Albert Camus ✆ Garufa
Las luchas entre intelectuales, instituciones y partidos ponen en riesgo la exposición por el centenario del nacimiento del autor de ‘El extranjero’

Francia lleva tres años hablando del Año Albert Camus. En noviembre de 2013 se cumplen 100 años del nacimiento del autor de La Peste y premio Nobel de Literatura en 1957, y Aix en Provence (la ciudad donde está depositado el legado) decidió en 2009 conmemorarlo con una gran exposición. Pero tras innumerables problemas y polémicas, todo está en el aire. El 15 de octubre, la asociación Marsella-Provenza 2013, que coordina la capitalidad cultural europea, decidirá si finalmente se hace la muestra o no. Tras ser anulada y programada varias veces, la exposición no tiene comisario y el centenario parece secuestrado por una turbamulta de egos, enemistades, nostalgias y politiqueo provinciano. El primer comisario, Benjamin Stora, historiador de la Argelia colonial, fue despedido hace unos meses. Su sustituto, el filósofo y viudo oficial, Michel Onfray, ha dimitido ahora mandando una explosiva carta a Le Monde en la que afirma que el centenario es “un burdel y un nido de locos”.

24/9/12

Apuntes sobre la literatura peruana actual

José María Arguedas  Álvaro Portales
Arturo Bolívar Barreto

El humus cultural de las últimas décadas en el Perú se ve fundamentalmente marcado por las connotaciones y secuela que trajo la implantación del neoliberalismo económico, efecto del nuevo ciclo de recesión del capitalismo global acentuado desde los 80 del siglo pasado. En nuestro país fue impreso en los 90 tras un autogolpe de estado. Es decir, el “ajuste estructural”, la liberalización desbocada y sin regulación del capital privado - fundamentalismo del mercado-, implementado desde el estado cooptado y privatizado por el capital trasnacional y nacional monopólico.

19/9/12

Y a veces viento… / Pocas cosas hay más etéreas, volátiles y poéticas que el viento

El viento tiene un efecto purificador, regenerador, removedor, y en su acción modificadora y, a veces, devastadora, como suele ser una de las conductas que asume la purificación

Mario Goloboff

Hay una novela del Premio Nobel de Literatura 1985, Claude Simon, que extrañamente se llama Le vent, publicada en 1957, de cuando data su moderada inserción en el nouveau roman (comodidad nominal que designa a escritores disímiles entre los que se cuentan Marguerite Duras, Nathalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, aunque unidos por la voluntad común de cuestionar el realismo, la soberanía de la anécdota, la identificación personal de los personajes, el punto de vista de narradores omniscientes).

7/9/12

Diana Athill supo ganarse la muerte como una recompensa

Juan Forn

El gran Elías Canetti rechazaba la muerte. Literalmente. Creía que, si se lo proponía en serio, si enfrentaba el asunto con todo su ser, con toda la potencia de su personalidad, que era mucha, quizá lograra salirse con la suya. Salirse con la suya era no morir. Yo creo que Canetti fue una de las mentes supremas del siglo XX, pero en este aspecto tengo que coincidir con alguien mucho más pedestre que él, su anónima editora inglesa, una de mis damas preferidas en el reino de las letras, que dijo: “El señor Canetti puede rechazar la parca todo lo que quiera, pero dudo que sea recíproco”. Por esa clase de cosas, Diana Athill se ganaba al instante la confianza de sus autores o los perdía para siempre, y no fueron muchos los que perdió en sus cincuenta años de trabajo de hormiga en la editorial inglesa André Deutsch. Curiosamente, la Athill estuvo más cerca de lograr el cometido de Canetti que el propio Canetti: a los setenta y cinco años, cuando la editorial se vendió y los nuevos dueños la fletaron a su casa, descubrió con júbilo que podía escribir, que sabía escribir (“Tiene que ver básicamente con el hecho de encontrar un ritmo, o tal vez descender hasta un nivel en que ese ritmo existe de manera autónoma”). Los cuatro libros que publicó, desde entonces hasta sus noventa y dos años, hicieron creer a unos cuantos que esa mujer había pasado de largo su propia muerte, o merecido una segunda vida insospechadamente plena en las postrimerías de su prolongada (y opaca, según ella misma) existencia inicial.

31/8/12

Metanoia / La transformación interior por efecto de un sueño

Juan Forn

Si el tiburón se queda quieto, se hunde y se muere, así que hasta cuando duerme está en movimiento. ¿Sueña el tiburón cuando nada dormido? Nadie se anima a opinar. Lo único que se sabe es que el tiburón va haciendo descansar distintas partes de su cerebro mientras sigue nadando como en trance. Eso me hizo acordar una historia sobre Descartes, que tenía una tos que inquietaba tanto a su padre (la madre había muerto de la misma tos) que cuando lo mandó al prestigioso colegio de los jesuitas en La Flèche exigió para su hijo el privilegio de quedarse en la cama “en las mañanas inhóspitas de vahos y escarcha”, lo que permitió al pequeño René ejercitar el pensamiento en aquellas horas muertas y llegar a las conclusiones que todos conocemos.

Uno de esos días, Descartes tuvo un sueño tan vívido que no pudo evitar la tentación de ponerse a pensar mientras soñaba, y como no quería perderse el resto del sueño, siguió soñando mientras interpretaba. En el sueño, alguien le mostraba un poema que comenzaba y terminaba con el mismo verso, “Sí y no”, que el joven René reconocía al instante como perteneciente a los Idilios de Ausonio, un libro que amaba tanto que siempre lo tenía sobre su mesa, así que manoteó el libro, en el sueño, y se puso a buscar el poema y descubrió con estupor lo mismo que comprobó al despertar e ir hasta su mesa y abrir su ajado ejemplar de los Idilios de Ausonio: el poema no estaba, pero al terminar de hojear el libro, uno tenía la certeza de haberlo leído, desparramado en tinta invisible a lo largo de sus páginas. Es asombroso que Descartes haya sacado de ahí el razonamiento cartesiano, en lugar de la teoría de la incertidumbre, pero ya lo dijo el gran Lichtenberg: “Toda nuestra historia es únicamente de hombres despiertos. No hay una historia de los hombres que duermen”.

28/8/12

Desacralizar a Kafka puede ser un despropósito…

Franz Kafka  Julio Ibarra
… pero se ha puesto de moda, eso de matar al padre como consagración. Un correlato que intenta sostener incluso su obra. El 2006 publicamos su emblemática nouvelle La metamorfosis, tomando la exquisita traducción de César Aira, quien además escribió algunas líneas que apuntan a esa (necesaria) relectura de sacudir el mito y ahondar, en esta misma anécdota de la conversión en bicho, como una muestra de humor negro, tan poco considerado en su lectura. Este es el prólogo de César Aira a La metamorfosis de Franz Kafka.

Kafka tenía veintinueve años en 1912, cuando en las noches entre el 18 de noviembre y el 6 de diciembre escribió La metamorfosis. No fue el primer acontecimiento memorable de ese año crucial de su vida. Poco antes, en agosto, había conocido, en la misma Praga donde vivía, a una berlinesa de paso, Felice Bauer, con la que inició una correspondencia apasionada en la que constan los detalles de lo que sucedió después. En la noche del 22 al 23 de septiembre escribió su primera obra maestra, “La condena”. Días después escribía “El fogonero”, y luego seis capítulos que lo continuaban (el proyecto era hacer una novela que se llamaría El desaparecido y que en su publicación póstuma se tituló América). Y en diciembre salió de la imprenta su primer libro, Contemplación, compuesto de textos escritos en años anteriores.

Contra lo que ha difundido la leyenda, la vida de Kafka no fue sórdida ni lúgubre ni especialmente atormentada. Era un hombre apuesto, elegante, con una rica vida social, abogado de una compañía semiestatal de seguros, en la que hizo una carrera brillante (indagaciones recientes en archivos han revelado su impecable eficiencia: nunca perdió un juicio). Ni siquiera le faltó ese amigo fiel y profético, que casi todos los grandes escritores han tenido, que creyó en su genio desde la adolescencia. Y como constituyen la materia de buena parte de su obra podríamos sospechar que se los creó para poder escribir.

18/8/12

El ‘Negro’ John Howard Griffin contra el Sur

Juan Forn

No es tan raro que un tejano nacido en Dallas viajara a París a estudiar música y lograra ser aceptado como alumno por Nadia Boulanger: los argentinos conocemos el caso de un marplatense que logró lo mismo; su nombre era Astor Piazzolla, y ya sabemos cómo siguió su vida después. Pero el tejano John Howard Griffin llegó a París quince años antes que Piazzolla, y casi enseguida los nazis ocuparon París y, aunque Boulanger era famosa por su taxativa afirmación de que cualquier alumno que se perdiera una sola de sus clases era porque no se tomaba la música suficientemente en serio, hizo una excepción con el joven Griffin: primero le ofreció llevarlo con ella (Stravinski tenía todo listo para hacerla llegar hasta Portugal y desde ahí a América). Cuando el tejano Griffin se negó a huir, la Boulanger lo encomendó a las manos de la Resistencia y le aseguró que retomarían las clases luego de la guerra.

Tres años estuvo el joven Griffin en la Resistencia hasta que logró enrolarse en el ejército norteamericano, que lo envió a pelear al Pacífico, de donde retornó ciego y condecorado después de la guerra a su Tejas natal. Ni se le ocurrió volver a París. Daba clases de piano, daba charlas sobre sus experiencias, empezó a escribir artículos periodísticos. Diez años estuvo así hasta que recuperó milagrosamente la vista. Ya no daba clases de piano para entonces, pero seguía escribiendo y dando charlas. En una de ellas había conocido a Thomas Merton y se hizo medio discípulo de él. Un día de 1959, Merton le mandó un recorte de diario que decía que la tasa de suicidios entre la población negra del sur norteamericano había aumentado. El mismo día, en una charla sobre racismo, oyó tres frases que le quedaron grabadas: “Un negro del sur jamás le dirá lo que piensa de verdad a un blanco”; “La única manera en que un blanco pueda comprender eso es despertando una mañana con la piel negra”; “Hasta que llegue ese día seguirá habiendo una pared entre negros y blancos en el sur”. Griffin entendió todo eso a su manera y tuvo una idea loca: fue a ver a un dermatólogo y descubrió que era posible despertarse una mañana con la piel negra. Existe una enfermedad llamada vitiligo, que produce manchas blancas en la piel. Existe una medicación llamada Oxoralen, que oscurece la piel. Si se toman altas dosis de Oxoralen complementadas con sesiones igualmente intensivas de rayos ultravioleta durante una semana...

17/8/12

Agnición, ignición de la literatura

Lectores ✆ Marie Mahler
Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
Todos los guionistas sabemos trucos probados y aprobados por el público. Contar historias es fácil. Lo difícil es contarlas bien. Después de casi nueve años como guionista, el primer consejo que puedo darle a un escritor recién nacido, es decir, a uno que ha escrito menos de un millón de palabras, es el siguiente: olvida tu afán de originalidad. El poeta Goethe sostenía que sólo los tontos creen que han tenido ideas que nadie, nunca, había pensado.

Todo ha sido pensado ya (nada se crea "ex nihilo"). Lo único que podemos hacer es combinar y recombinar las ideas de los otros. Mis argumentos han sido corroborados por científicos, literatos, pintores y meditadores profesionales, llamados "filósofos". La inteligencia, o mejor dicho, la capacidad para ordenar, jerarquizar, recordar e interpretar datos es una habilidad rarísima en los hombres. El "qué" es importante, pero es más importante el "cómo", o al menos lo es para los estetas (Kafka, al que citaremos, sólo quería imitar a Dickens).

Cualquier guionista sabe que para atraer la atención de las masas es necesario provocar problemas morales y sociales. Un hombre rico que pierde su fortuna por amar a una mujer pobre, un rey que pierde su imperio para salvar a su hijo, una mujer que muere para que su bebé cumpla su destino o un banquero que apuesta toda su fortuna para salvaguardar su fama de aventurero, son puntos de partida o vórtices que pueden constituir grandes historias.

15/8/12

Jorge Amado / La alegría brasileña

Adrián Melo

Se cumplen cien años del nacimiento de Jorge Amado, el escritor que elevó la ciudad de Bahía a la categoría de mito, que contribuyó a construir la imagen de la sensualidad de la mujer brasileña y que no cesó de denunciar en sus escritos la explotación a la que fueron y son sometidos los negros, los trabajadores y los campesinos bajo el sistema capitalista.

Los libros de Jorge Amado retrotraen a los colores y el aroma de Bahía, a perennes tardes estivales, a los aires y la brisa marina, a mulatas de senos duros y almas valerosas, a hombres revolucionarios y mujeriegos pero cuyo corazón pertenece a una sola mujer, a jóvenes atléticos luchando y danzando la capoeira, a los ritmos del candomblé y el Samba de Roda. Y también a la risa de los obreros, de los campesinos, de los trabajadores del cacao, de los niños de la calle, de los delincuentes, de los marineros, de los vagabundos y de las prostitutas elevándose por encima de sus miserias, a la esperanza de los pobres, a cuerpos y corazones entrelazados en medio de la cópula febril del carnaval.

Video: Parte final de
Doña Flor y sus dos maridos
Porque de ello trata gran parte de sus novelas: del tiempo en que la carne vale, la carne que trabaja y es explotada pero puede rebelarse y la carne como plausible de ser gozada a través de los sentidos. Carne pobre que goza sobre todo a partir del baile, el sexo y la comida, En este sentido no es casual que dos de las heroínas de Amado más sensuales y populares sean cocineras: Gabriela y Doña Flor. El sexo y la comida se funden en uno a través de las palabras de Vadinho a su mujer, Doña Flor: “Quiero saborearte”.

La alegría bahiana que describe Amado se eleva por encima de las corrientes subterráneas de la historia. Es la risa de los perdedores que resuena a través de los siglos y que invade y atormenta los sueños de las buenas conciencias burguesas: la de los esclavos que comenzaron a luchar desde que el primer negro llegó a Brasil y que prosiguió hasta mucho después de la abolición, es la de los trabajadores del cacao y de los obreros urbanos secularmente explotados, es la de los vagabundos y los que beben hasta perder la decencia con la ilusión de un mundo al revés.

6/8/12

La comedia humana / Todo poder es una conspiración permanente

Honoré de Balzac 
 Juan Andrés Álvarez Castaño 
Álvaro Cuadra

Especial para La Página
Le debemos a Balzac, el ambicioso proyecto de escribir más de cien novelas que retratasen su época. Inspirado en la Divina comedia de Dante, le otorgó un giro humano, es decir, histórico y social a la cuestión. Así, como un modo de pagar sus deudas financieras, emprendió la ardua tarea de escribir La comedia humanaen una retahíla de narraciones sobre los temas más diversos de la sociedad francesa de su época.

En la actualidad, la temeraria empresa de mostrar la comedia humana recae, desde luego, en los medios de comunicación diseminados por todo el planeta. Para ser todavía más precisos, habría que decir que la narración de la comedia no atañe, tan solo, a las novelas de gran tiraje o a sesudos ensayos filosóficos sino que se extiende a la riqueza del registro audiovisual. Hoy asistimos al espectáculo del mundo dispuesto gracias a refinadas tecnologías audiovisuales: el cine y la televisión escenifican para nosotros los pormenores de algo parecido a lo que soñó Balzac en la primera mitad del siglo XIX.

Al observar la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos en Londres 2012, advertimos cómo las referencias para el público no son, y no podrían ser, otra cosa que íconos cinematográficos y televisivos. Cuando más de media humanidad observa en sus pantallas la figura del agente secreto británico James Bond, 007,  o las sandeces protagonizadas por Mr. Bean, es claro que se apela a la memoria sedimentada por la llamada cultura de masas, esto es, al imaginario secularizado por las imágenes del “starsystem” inglés.

27/7/12

Cuando cae el rayo / “… que baja súbito del cielo, electrifica lo que encuentra a su paso y se esfuma tal como había llegado”

Juan Forn

Jorge Luis Borges dijo una vez que todo libro que no encierra su contralibro es un libro incompleto. John Berger escribió de joven un libro en el que contaba cómo era la vida de un médico rural en la Inglaterra de posguerra, que de día atendía a pacientes y de noche se quemaba las pestañas leyendo, no sólo para mantenerse al día con los avances de la medicina, sino para poder contestar las preguntas existenciales que le hacían sus humildes pacientes (por qué morimos, qué es la enfermedad). Berger admiraba de tal manera la vida de ese médico que tituló su libro Un hombre afortunado.

Jean-Marie Gustave Le Clézio
Pero en la página final, en un breve epílogo, informaba que aquel médico rural se había suicidado quince años después. “Un suicidio no constituye necesariamente una crítica de la vida a la que pone fin, aun cuando nos haga mirar desde ahí la historia de esa vida”, decía Berger. Había algo en esa fabulosa frase que abría una cuña de aire en su libro, un puente hacia la nada. A veces un libro nos deja así; a veces pasa la vida entera sin que encontremos su contralibro.

Déjenme contar hoy la historia de otro libro sobre otro médico rural, otro médico de frontera. En el mundo colonial africano podían pasar cosas como ésta: nacías francés en las Islas Mauricio, que habían sido francesas después de ser árabes, holandesas y portuguesas, pero que eran británicas cuando los colonos europeos fueron invitados a abandonar la isla, después de la Primera Guerra. Tu familia se queda sin nada, debe volver como pueda a Europa, pero no es Francia sino Inglaterra la única que les tira un hueso, y ese hueso es una beca del gobierno para estudiar. Nuestro aspirante a médico sabe que sólo cuenta con eso, no puede permitirse fracasar, y no se lo permite. Pero el llamado de la selva reverbera en su sangre. Cuando lo mandan a hacer la residencia en el departamento de enfermedades tropicales del Hospital de Southampton, se anota en cuanto puede de voluntario para ir a Guyana. Pasa dos años allá. Vuelve de licencia a Francia, conoce a su prima hermana, se enamora de ella, parte a su nuevo destino: Nigeria, la sabana africana. Espera pacientemente la primera licencia para volver y poder casarse con ella y llevársela a África con él (el tema de las licencias es decisivo en esta historia: son quince días cada dos años, en el mejor de los casos, y ya hablaremos del peor).

14/7/12

1984 / La película sobre la novela homónima de George Orwell

Jesús Dapena Botero

El año 1984 llegó, sin que las cosas aparentemente hubiesen cambiado demasiado en relación con lo que se vivía en 1949, cuando se publicó la novela de George Orwell, tras su retiro la isla de Jura, donde redondearía su relato, el cual había empezado a rayar desde 1945, en los prolegómenos de la Guerra Fría. La isla de Jura debía resultar para el escritor un sitio alejado de la civilización y todo su malestar, para un hombre que pensaba que, tal vez, había que dar marcha atrás y retornar a un mítico pasado, donde hubiera lugar para el buen salvaje rousseauniano.

Tal vez, no percibíamos demasiado bien los cambios; de todas formas, no nos estábamos bañando en el mismo río.

Esa falta de registro era quizás, por esa sensación de continuidad que se da, en la medida en que los años parecieran estar tan bien empatados, que ni se nota el empalme del uno con el otro.

Al final: 1984
[Película completa]
En 1984, las guerras locales no cesaban; había luchas en el Golfo Pérsico entre iraníes e iraquíes; los bombardeos israelíes sobre el Líbano hacían sangrar y morir a sus gentes así, en Panamá, se firmara un anteproyecto de paz para Centroamérica, con la intercesión del Grupo de Contadora; sin embargo, en Europa había todo un despliegue de misiles soviéticos sobre Alemania Oriental, mientras en Suecia se inauguraba una conferencia para el desarme en Europa.

En Brasil, se exigía un retorno a la democracia y terminar de una vez por todas con el Régimen Militar, mientras en una Declaración en Caracas, España y varios países democráticos de Latinoamérica calificaban la Democracia como el mejor sistema político para los países de la región pero, paradójicamente, España compraba misiles antiaéreos a Europa y, en Asia, comandos palestinos no se quedaban quietos para atacar a Jerusalén y, en Afganistán, se producía una amplia ofensiva de las fuerzas soviéticas.

11/7/12

Charles Baudelaire / Un poeta en los márgenes

Charles Baudelaire  Cristian Leaño 
Matías Serra Bradford

En el siglo dieciocho, en algunos sitios de Europa a veces se contrataba a un ermitaño y se lo instalaba por una tarde en un bosque privado, para deleitar o aterrorizar a los invitados que lo encontraran “de casualidad” durante un paseo. Un siglo más tarde, apareció un poeta francés que cumpliría una función similar para los curiosos y críticos que se le fueron acercando. Con Charles Baudelaire, cuenta su lector Walter Benjamin, un poeta “anuncia por primera vez que pretende tener un valor de exposición. Baudelaire fue su propio impresario. De ahí su mitomanía... Ante el magro éxito que tenía su obra, terminó por ponerse a sí mismo a la venta”. Así, este portador de reticencia y procacidad se erigió en pionero de una táctica que el mundo literario iría refinando hasta embanderarla como recurso prioritario.

Una actualización de lecturas

Una vieja verdad dice que cada lector actualiza la página que lee. Benjamin lo hizo cincuenta años después de la muerte de Baudelaire, y el lector de hoy puede actualizar a estos dos expertos en abdicaciones, tomarles las impresiones digitales a años luz de sus vidas a la deriva. Cada lector viene a contradecir lo que Benjamin cita de Goethe: “Todo lo que ha tenido una gran influencia ya no puede ser realmente juzgado”. O a responder a otra pregunta: ¿qué se hace con el fantasma de una casa demolida? No hay que desplegar demasiado esfuerzo para traerlo a Baudelaire a nuestros días. En los diarios íntimos que redactó en Bruselas, leemos: “Dios es el único ser que no necesita existir para gobernar”. Con Baudelaire nos encontramos en terreno minado, sembrado de líneas que parecen escritas por encargo para el presente: “Los cambios payasescos y los desórdenes de una república sudamericana (...) Las naciones producen grandes hombres a pesar de sí mismas”.

22/6/12

Antropología marxista / Es hora de leer a Lenin

Vladimir Lenin ✆ Inobras
Eduardo Zeind Palafox  

 Especial para La Página 
Vamos a aleccionarnos en menesteres antropológicos. El hombre es tal, el hombre es cual, el hombre es este o el de allá, decimos. Pero jamás concluimos una definición que nos sirva para conocer al hombre. Y si no lo hacemos, es porque el hombre tiene la gran capacidad de recrearse o de renovarse. Somos como los niños, que terminando de ver una película de vaqueros quieren ser vaqueros. Cuando los niños ven una película acerca de astronautas, quieren ser astronautas. Y si todos los días vemos idiotas, deseamos ser idiotas.

Estos ejemplos confirmarían las teorías de los que afirman que el medio ambiente configura al hombre. Pero otros, como Carlyle, nos refutarían. Es el héroe el que transforma el medio ambiente, el cual transforma, a su vez, a las masas. Hablar así es hablar de estirpes y de razas, aunque los conceptos raciales sean desechados actualmente por prudencia y por amor a la santa paz. ¿Qué estudia, al final, un antropólogo? Estudia las formas de producción materiales y culturales que practica el hombre.

20/6/12

Sobre la escritura... ¡y la lectura!

En la biblioteca siempre se encuentran libros especiales ✆ Taeeun Yoo
Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Pagina
He regresado a los bajos mundos, a las grandes ligas de la redacción comercial. Hoy he escrito veinticuatro guiones de radio y he fumado cinco cigarrillos, y todo en menos de dos horas. Soy veloz. L. Armstrong ha soplado toda la mañana sus ritmos y mi pluma vuela, improvisando, hasta las sensibilidades del público. He regresado, maldita sea, a las grandes, a las benditas grandes ligas. Jamás me fui de ahí. Jamás dejé de pertenecer al grupo de los mejores.

Como los griegos, yo no acepto soñar en la paz, pero sí en la guerra. Y los que duermen estando en guerra sólo oyen trompetas, oyen los grandes llamados. Y es que "la vida es sueño", según Calderón. Quiero dar algunos consejos. Tales consejos le servirán al redactor en ciernes. Tales consejos me han servido en los últimos ocho años.

El primer consejo que doy consiste en leer como desaforados. Yo leo de todo. Leo el aburrido New York Times y leo El Capital. Leo los periódicos locales, que son redactados por piaras de cerdos, y leo los bonitos libros que venden en las tiendas de autoservicio.

16/6/12

Historia de dos amigos / Jürgen & Simón

 Nicolas Duffaut 
Marcelo Colussi

Desde sus respectivos nacimientos estuvieron siempre juntos. Vieron el mundo con escasas dos semanas de diferencia, y sus vidas quedaron casi hermanadas desde un primer momento. Aunque no eran hermanos, lo parecían. Compartieron juegos infantiles, estudios primarios, penas y alegrías de niños, nevadas y calores. Simón siempre fue algo gordo, característica que se acentuó en su adolescencia. Jürgen, por el contrario, fue siempre delgado, enjuto. Ambos eran altos.

Se protegían mutuamente, en todo: con mentiras piadosas antes sus madres o maestros para apañar fechorías menores del otro; con puños y puntapiés antes niños hostiles.

Sus respectivos padres no tenían muy en cuenta la relación; eran amiguitos, así de simple, buenos amiguitos, y ello no daba para abrir ninguna reflexión al respecto. La cuestión de la religión no contaba.

En realidad, si bien ambas familias eran practicantes de sus respectivos credos, ninguna era particularmente devota. Seguían sus ritos como las tradiciones lo mandaban, pero no pasaban de allí. Jürgen era católico; Simón, judío.

Los dos niños fueron formados en sus creencias, pero entre sí nunca hablaban de ello. No era necesario; los unía otra infinidad de cosas, y el tema religioso no contaba. Como tantos niños –¿como todos?– sus preocupaciones no iban por el lado teológico; el ámbito espiritual era una obligación más, pesada como todas las obligaciones, como lavarse los dientes o bañarse cada sábado.

8/6/12

Ya no soy Frederick Rolfe (ni el Barón Corvo), llámenme Adriano VII

Foto: Frederick Rolfe
Barón Corvo
 
Juan Forn

Había una vez un inglés muy atildado que tenía que dar un discurso en un club de gourmets, el primer club de gourmets que se abría en Londres: el Food & Wine Club. Le iba el pellejo en ese discurso. Era la primera reunión, necesitaban seiscientos socios para no quedar en la calle, no era buen año para quedarse en la calle 1931. Y, sin embargo, el atildado AJ Symons hizo su discurso sobre un pederasta loco, que intentó por todos los medios ordenarse cura luego de convertirse al catolicismo, y lo rechazaron por puto, malvivió como tutor, fue echado de todas partes, murió en 1913 en Venecia, debajo de una lona, dentro de una góndola fondeada en un embarcadero donde dormía hacía semanas. En el medio, este personaje escribió un libro increíble, llamado Adriano VII, en donde un pederasta loco era rechazado para el sacerdocio por puto y durante veinte años se sometía a un régimen de eremita piadoso hasta que del Vaticano venían a decirle que se habían equivocado, que les había dado una lección: que merecía los hábitos. Al mismo tiempo están eligiendo Papa en Roma y no se ponen de acuerdo hasta que llega a la mesa cardenalicia el relato de ese santo varón que durante veinte años creyó que merecía ser sacerdote. “Un hombre así necesita la Iglesia”, dice uno de los prelados. Los demás asienten. Habemus Papam. El pederasta devenido santo varón dice: “Ya no soy Frederick Rolfe. Llámenme Adriano VII”.

4/6/12

Los ejercicios de escritura del poeta chileno Juan Mihovilovic

Luis Rodríguez Araya

En ocasiones, la práctica literaria pareciera transformarse en un ejercicio de despliegue de técnicas y recursos complejos que, de una manera u otra, apunta a una espectacularización inútil del lenguaje y a estructurar un monumental vacío camuflado por tramas de sentido que solamente una estrategia autorial, pensada para un “otro”, podría develar al lector. Así, para muchos autores, la yuxtaposición abismal de sensaciones y de imágenes simbólicas debiera ser entendida como una mirada profunda de la existencia humana, aunque lo evidenciado al lector sea una paquidérmica estructura lingüística en la cual la esencia de la narrativa, la ficcionalización de los referentes inmediatos, sería desplazada por una escritura hirsuta y sobrecargada de sí misma.

En una panorámica a la obra de Juan Mihovilovic (Punta Arenas, 1951), revisando los cuentos de Restos mortales (2004) y los libros El contagio de la locura (2006), Desencierro (2008) y Grados de referencia (2011), el primer acercamiento resulta sospechoso: viajes hacia el interior de la locura humana; realidades alternas desarrolladas casi junto con partir la narración; diálogos entre un sujeto narrador y un tú incompleto y, al parecer, construido únicamente como excusa para el despliegue de la trama, en fin, una amplia variedad de estrategias que, si no hubiesen sido manejadas con técnica y habilidad –como lo ha hecho Mihovilovic–, colaborarían, de seguro, a engrosar las filas de aquellas obras clasificables como grosísimos “proyectos escriturales” que nunca completan su propósito inicial.

1/6/12

La redondez del recuerdo en la vida de Vittorio Segre

Juan Forn

La parte más difícil, desde que mi madre se quedó ciega del todo, es cuando me dice, o se dice a sí misma: “No veo el momento en que se me pase de una vez este problema en los ojos”. La otra parte, en cambio, es mágica. Cuando acepta que nos sentemos afuera, si el clima da, y cerremos los ojos y adivinemos los sonidos a nuestro alrededor (“¿Oís los pajaritos? ¿Oís el mar? No, eso es el viento. Tratá de oír atrás del viento”), o cuando me deja ponerle un concierto en la radio, en lugar de Hanglin, y acepta a regañadientes la consigna: que deje a su mente vagar. Siempre trae algo extraordinario de esas derivas mentales. Ayer, cuando me senté a tomar el té con ella (la dejo sola mientras escucha el concierto, es una ceremonia privada), me preguntó si me acordaba de Vittorio Segre, lo que me lleva a pensar que se pasó a Hanglin en cuanto me fui y estuvo escuchando por radio el escándalo del mayordomo del Papa, porque Vittorio Segre, para ella, es sinónimo de bambalinas vaticanas. La historia es así: el padre de Segre estaba muriendo de cáncer de garganta en su casa de Turín cuando su esposa le envolvió el cuello en unas medias blancas de mujer. El cura había traído esas medias. Pertenecían a la hermana Pasqualina, una monja que había sido ayuda de cámara del papa Pacelli y que se decía que obraba milagros. El padre de Segre por supuesto murió, a pesar de las medias de la hermana Pasqualina, y lo que venía a continuación era la parte que a mí más me había fascinado de su relato.